Es lamentable que somos propensos a olvidar que hay una conexión fuerte entre el pecado y el dolor, la santidad y felicidad, y entre la santificación y la consolación. Dios ha ordenado, sabiamente, que nuestro bienestar y nuestro bien hacer estén entrelazados. Ha provisto en su misericordia, que aun en este mundo, le convenga al hombre ser santo.