El alma del hombre que puede pensar en todo lo que sufrió Jesús y aun así aferrarse a los pecados por los cuales sufrió, está enferma. Fue el pecado el que entretejió la corona de espinas. Fue el pecado el que traspasó las manos y los pies de nuestro Señor e hirió su costado. Fue el pecado lo que lo llevó a Getsemaní y al Calvario, a la cruz y al sepulcro. ¡Qué fríos deben estar nuestros corazones si no aborrecemos el pecado y nos esforzarnos por librarnos de él, aunque tengamos que amputarnos la mano derecha y arrancarnos el ojo derecho!