¿Hemos visto alguna vez hombres más santos que el martirizado John Bradford, o Hooker, o Usher, o Baxter (1615-1691), o Rutherford (1600-1661), o M’Cheyne (1813-1843)? ¡Aun así, nadie puede leer los escritos y cartas de estos hombres sin ver que se sentían “deudores de la misericordia y la gracia” cada día y que lo último que hubieran hecho es pretender que eran perfectos!