Por naturaleza nos desagradan los tratos injustos y las acusaciones falsas, y nos es muy difícil ser acusados sin causa. No seríamos de carne y hueso si no deseáramos que nuestros prójimos tuvieran una buena opinión de nosotros. Es siempre desagradable que hablen en nuestra contra y nos abandonen, que mientan acerca de nosotros y que tengamos que estar solos. Pero esto no se puede evitar. La copa que nuestro Maestro bebió tiene que ser bebida por sus discípulos. Tienen que ser “despreciado y desechado entre los hombres” (Is. 53:3).