No digo de ninguna manera que la santidad impide la presencia del pecado que ya mora en el hombre. No, lejos de esto. El hecho de que la desgracia más grande del hombre santo es que carga un “cuerpo de muerte” que, a menudo, cuando quiere hacer el bien, “el mal está en él”, que el viejo hombre está observando todos sus movimientos y, por así decir, tratando de hacerlo retroceder cada vez que da un paso (Ro. 7:21). Pero la excelencia del hombre santo es que no se queda en paz con el pecado que mora en él, como lo hacen algunos. Aborrece el pecado, se lamenta por él y anhela librarse de él. La
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