Las dudas y temores tienen el poder de arruinar mucha de la felicidad del verdadero creyente en Cristo. La incertidumbre y el suspenso son malos en todo sentido: En nuestra salud, nuestras pertenencias, nuestras familias, nuestros afectos y nuestras vocaciones terrenales, pero nunca tan malos como en los asuntos que conciernen a nuestras almas.