los judíos seguidores de Jesús como mesías tenían fácil la decisión: o seguían manteniendo sus conexiones con el culto religioso de sus padres y, por tanto, compartían la hostilidad de Roma (la hostilidad de Roma hacia los cristianos alcanzaría su cima mucho más tarde), o se alejaban del judaísmo y transformaban a su mesías de un judío ferozmente nacionalista a un pacífico predicador, que hacía buenas obras y cuyo reino no era de este mundo.