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Aguanta —dijo Abraham—. Esa es la verdadera prueba de la valía de un hombre; aguantar cuando los otros se vuelven complacientes.
Me quedé de pie al borde de la enorme azotea, concentrándome en respirar metódicamente y afrontando un ligero ataque de pánico mientras Mizzy y Exel entraban en la fiesta.
Aunque me sentía como una magdalena en un plato de solomillo, los otros estaban tan absortos en lo que hacían que quizá no se diesen cuenta.
Todos somos así. Queremos lo que no podemos tener, incluso cuando no tenemos derecho a exigirlo.

