El gobierno nunca creyó que la política monetaria fuera un instrumento adecuado para frenar la inflación (tal vez el mecanismo de transmisión de dinero a precios le resultaba muy difícil de entender). La solución siempre fue el control y la presión sobre las empresas, al estilo de las economías centralmente planificadas. Un ejemplo fue que cuando subía el precio de la carne se prohibía la exportación, y lo mismo se hizo con el trigo, la leche y el maíz.

