Empezó a cometer errores, tratando de ver con los ojos las cosas que la intuición le permitía ver con mayor claridad. Una mañana le echó al niño en la cabeza el contenido de un tintero creyendo que era agua de florida. Ocasionó tantos tropiezos con la terquedad de intervenir en todo, que se sintió trastornada por ráfagas de mal humor, y trataba de quitarse las tinieblas que por fin la estaban enredando como un camisón de telaraña.