Santiago

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Amaranta replicó, sencillamente, que no necesitaba asistencia espiritual de ninguna clase porque tenía la conciencia limpia. Fernanda se escandalizó. Sin cuidarse de que no la oyeran, se preguntó en voz alta qué espantoso pecado habría cometido Amaranta cuando prefería una muerte sacrílega a la vergüenza de una confesión. Entonces Amaranta se acostó, y obligó a Úrsula a dar testimonio público de su virginidad. —Que nadie se haga ilusiones —gritó, para que la oyera Fernanda—. Amaranta Buendía se va de este mundo como vino.
Cien años de soledad
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