—Adiós, Gerineldo, hijo mío —gritó—. Salúdame a mi gente y dile que nos vemos cuando escampe. Aureliano Segundo la ayudó a volver a la cama, y con la misma informalidad con que la trataba siempre le preguntó el significado de su despedida. —Es verdad —dijo ella—. Nada más estoy esperando que pase la lluvia para morirme.