Me hicieron tanto daño que jamás podría ser como ellos, me obligaron a encerrarme en los libros, a encerrarme en mí mismo, a huir de aquel pueblo de Colorado, y a veces, Camila, cuando les veo la cara vuelvo a experimentar la misma humillación, el mismo desprecio de entonces, y a veces me alegro de que estén aquí, pudriéndose al sol, desarraigados, engañados por su propia inhumanidad, las mismas caras, las mismas bocas rígidas y endurecidas, caras de mi pueblo, deseosas de llenar su vacío existencial con un sol abrasador.

