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Chica con fobia al dinero: planteamiento freudiano. Hay otro tipo que la quiere, un sujeto rico. Yo soy pobre. Conozco al rival. Lo desuello vivo con mi ingenio mordaz y además le doy una paliza con los puños.
Dios Todopoderoso, lamento ser ateo ahora, pero ¿has leído a Nietzsche? ¡Un libro estupendo! Dios Todopoderoso, voy a jugar limpio. Voy a hacerte una proposición. Haz que sea un gran escritor y volveré al seno de la Iglesia. Y otro favor, Dios de mi vida: haz que mi madre sea feliz. El viejo no me preocupa; él tiene su vino y su salud a prueba de bomba, pero mi madre me preocupa. Amén.
Bandini (entrevistado a punto de partir para Suecia): Yo daría a todos los escritores jóvenes un consejo muy sencillo. Que no dejen escapar nunca la oportunidad de probar una experiencia nueva. Que vivan la vida en su caldo de cultivo, que se enfrenten a ella con valentía, que la aborden con los puños desnudos.
–Vamos, cariño, sube de una vez. –Los huesos frágiles de la cara, el olor a vino agrio que le brotaba de la boca, la nauseabunda hipocresía de su dulzura, sed de dinero en los ojos.
Hundí los dientes en la pulpa, el zumo se me escurrió hasta el fondo del estómago y allí se puso a lloriquear. Había mucha tristeza en el fondo de mi estómago. Había mucho llanto y nubes de gas, pequeñas y sombrías, me acorralaban el corazón.
No tenía hambre, debajo de la cama había un montón de naranjas y las misteriosas risitas que me resonaban en la boca del estómago no eran más que nubes densas de humo de tabaco que se habían estancado allí y buscaban con desesperación una forma de salir.
Distinguida Zapatos Rotos: Tal vez no lo sepas, pero anoche ofendiste al autor de esta historia. ¿Sabes leer? De ser así, invierte quince minutos de tu tiempo y permítete el lujo de saborear una obra maestra. Ten cuidado la próxima vez. No todos los que entran en este cuchitril son pordioseros. Arturo Bandini
habían llegado en tren y en autobús a la tierra del sol, para morir al sol, apenas con el dinero necesario para vivir hasta que el sol los exterminase, los arrancara de raíz cuando les llegara la hora, lejos de la prosperidad pretenciosa de Kansas City, de Chicago y de Peoria para encontrar un lugar en el sol.
Me hicieron tanto daño que jamás podría ser como ellos, me obligaron a encerrarme en los libros, a encerrarme en mí mismo, a huir de aquel pueblo de Colorado, y a veces, Camila, cuando les veo la cara vuelvo a experimentar la misma humillación, el mismo desprecio de entonces, y a veces me alegro de que estén aquí, pudriéndose al sol, desarraigados, engañados por su propia inhumanidad, las mismas caras, las mismas bocas rígidas y endurecidas, caras de mi pueblo, deseosas de llenar su vacío existencial con un sol abrasador.
He vomitado al leer su prensa, he leído sus libros, observado sus costumbres, comido su comida, deseado a sus mujeres, abierto la boca ante el arte que producen. Pero soy pobre, mi apellido termina en vocal, me odian a mí y odian a mi padre, y al padre de mi padre, y si por ellos fuera, me sacarían la sangre, me sacrificarían, pero ya son viejos, agonizan al sol y en el polvo tórrido del camino, y yo soy joven y estoy lleno de esperanzas y de amor por mi patria y mi época, y cuando te llamo hispana y aceitosa, no te lo digo con el corazón, sino por el resabio de una antigua herida, y siento
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El azúcar se había humedecido y apelmazado. Las tazas de té estaban cubiertas de una película de polvo y no sé por qué, pero el té me supo a rancio y las galletitas resecas me supieron a muerte.
Me senté ante la máquina y escribí sobre ello, lo escupí tal y como habría tenido que suceder, lo vomité con tanta violencia que la máquina portátil retrocedía, resbalaba en la superficie de la mesa y se alejaba de mí.
Pero al leerlo de corrido se me antojó insulso y chapucero.
Abrí las dos ventanas y contemplé la niebla que flotaba en grumos melancólicos e inquietos.
Hablamos, ella y yo. Me preguntó por mi trabajo, aunque todo era fingimiento, no le interesaba mi trabajo. Y cuando le respondí, fingí a mi vez. Tampoco a mí me interesaba mi trabajo. Sólo una cosa nos interesaba a los dos, y ella lo sabía, porque mi aparición lo había dejado muy claro.
Anduve por la calle, dejé atrás la noria y algunos tenderetes y me pareció que se intensificaba; algo que me alteraba la paz, algo vago e indefinido que se me colaba en el cerebro.
Se iba apoderando de mí: la inquietud, la soledad. ¿Qué me ocurría? Me tomé el pulso. Era normal. Soplé el café y me lo tomé: estaba bueno. Me escruté, noté que los dedos interiores me palpaban y rebuscaban, pero sin alcanzar del todo lo que me molestaba dentro.
De pronto me sobrevino como una tormenta eléctrica, como la muerte y la destrucción. Me levanté del taburete y me alejé del mostrador lleno de miedo y anduve a buen paso por el camino de tablas, cruzándome con...
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el mundo me parecía una fábula mítica, un plano transparente, y todos los seres que lo habitaban estaban en él solamente unos instantes; todos nosotros, Bandini, Hackmuth, Camila, Vera, todos nosotros estábamos en él solamente unos instantes, transcurridos los cuales aparecíamos en otro lugar; y no estábamos vivos de manera definitiva, nos acercábamos a la vida, pero no acabábamos d...
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Estimado Sammy: La putilla que tú y yo conocemos ha estado aquí esta noche; ya sabes, la hispana de cuerpo escultórico y seso de mosquito. Me enseñó unos cuentos que, según me dijo, habías escrito tú. Me dijo también que estabas a punto de irte al otro barrio. En circunstancias normales, la situación sería ya horrible de por sí. Pero después de leer la mierda que has escrito, permíteme decir, en nombre del mundo en general, que si desapareces de este valle de lágrimas será una suerte para todos. No sabes escribir, Sammy. Te sugiero que dediques las últimas energías que te quedan a poner en
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En aquel punto, la raza humana se me antojó una raza valiente y me sentí orgulloso de pertenecer a ella.
Una parte suya delataba a la otra,
De pronto lanzó un grito, un alarido penetrante que arañó las paredes de la habitación–.
El pasillo oscuro de aquella pensión de Central Avenue, el negro siniestro, el cuarto sombrío de los drogadictos y ahora la chica que amaba a un hombre que la despreciaba. Todo era harina del mismo costal, perverso, fascinante a causa de su fealdad misma.

