–¿Vees? Allí, ¡oh amigo!, se descubre la ciudad, castillo o fortaleza donde debe de estar algún caballero oprimido, o alguna reina, infanta o princesa malparada, para cuyo socorro soy aquí traído. –¿Qué diablos de ciudad, fortaleza o castillo dice vuesa merced, señor? –dijo Sancho–. ¿No echa de ver que aquéllas son aceñas que están en el río, donde se muele el trigo? –Calla, Sancho –dijo don Quijote–, que aunque parecen aceñas no lo son, y ya te he dicho que todas las cosas trastruecan y mudan de su ser natural los encantos. No quiero decir que las mudan de en uno en otro ser realmente, sino
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