Ponder lo dejó caer y sonó un doble «¡gloing!» cuando rebotó en los adoquines. Y entonces lo chutó. Como patada fue bastante blandengue, pero ningún ocupante de la plaza había pateado nunca nada ni siquiera a una décima parte de esa distancia, y todos los varones corrieron a por la pelota, impulsados por un antiguo instinto. Han ganado, pensó Glenda con desánimo. Una pelota que hace gloing cuando las otras hacen cloc… En fin, no hay color.