Naird

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Glenda desistió de pensar y arrancó a llorar. Hay que decir que no fueron las lágrimas dulces que habría derramado Mary la doncella, sino esas gordas que se acumulan durante mucho tiempo y suelta quien llora muy rara vez. Eran pegajosas, con un toquecillo de moco añadido. Pero eran reales. Mary la doncella no habría podido igualarlas de ninguna manera.
El atlético invisible
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