Naird

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Se elevó un rugido inmediatamente detrás de Huebo. Él no osó mirar atrás, pero alguien aterrizó sobre el larguero de la portería, que dejó temblando, saltó al suelo y dio a entender por medio de un pulgar enorme y calloso que la ayuda del señor Huebo ya no era necesaria. Una costra verde rodeaba la boca del Bibliotecario, pero no era nada comparada con el fuego de sus ojos.
El atlético invisible
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