¿Para qué has tenido que hacer eso, puto imbécil? —dijo Trev a Algernon, al que incluso sus hermanos reconocían más espeso que la sopa de elefante—. No hacía nada. A qué ha venido eso, ¿eh? —Se puso en pie de un salto y, antes de que Algernon acertara a moverse, Trev se había arrancado la camisa y estaba atendiendo a Huebo, tratando de contener la hemorragia. Volvió a levantarse al cabo de medio minuto y le tiró la camisa empapada a Algernon—. ¡No tiene pulso, gilipollas! ¿Qué te había hecho él?