Recuerdo el repollo con patatas de su abuela con mucho cariño. Si hubiera sido escultora, recordaría una estatua exquisita, sin brazos y con una sonrisa enigmática. Es una pena que algunas obras maestras sean tan pasajeras. La orgullosa cocinera que Glenda llevaba dentro se alzó incontenible. —Pues me dejó la receta. —Un legado mejor que las joyas —dijo Vetinari, asintiendo.