He pensado que querría saberlo, por el respeto que le tienen allá arriba en las Hermanas —dijo Ottomy—. Recuerdo a su madre. Era una santa, esa mujer. Siempre encontraba un momento para echar una mano a todo el mundo. Sí, y bien que se la agarraban, dijo Glenda para sus adentros. Es un milagro que muriese con todos los dedos. Ottomy apuró su taza y la dejó sobre la mesa con un suspiro. —Bueno, no puedo estarme aquí parado todo el día.