Naird

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¡Caballeros, siempre hay problemas! Pero esta vez seré yo quien se los cause a ustedes. Cuando cerraron con un portazo, el rey se recostó en su silla. —Bien hecho, señor —dijo su secretario. —Seguirán dando la lata. No me imagino cómo sería ser enano si no discutiéramos a todas horas. —Se retorció un poco en su asiento—. ¿Sabes? Tienen razón cuando dicen que no pica, y no es tan fría como uno pensaría. Haz el favor de encargar a nuestro agente que dé las gracias a madame Sharn por su generoso regalo.
El atlético invisible
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