Él ordenó que sus criaturas tuviesen la capacidad para el mal. Él no las obligó a ejercer esa capacidad, pero sabía que la ejercerían. En ese punto, él tuvo que decidir. Podía destruir la creación para no permitir que el mal ocurriera. En el momento en que la Serpiente vino a Adán y Eva y comenzó a sugerir la desobediencia, Dios pudo haber liquidado a la Serpiente o haber liquidado a Adán y Eva. No habría habido pecado. Pero Dios, por motivos que solo él conoce, tomó la decisión de dejar que ocurriera. Dios no lo aprobó, pero no lo detuvo. Al decidir no detenerlo, lo ordenó.
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