Tampoco puedo olvidar los rostros de Shahab Masih, de treinta años, y de su mujer Shama Bibi, de veinticuatro y embarazada, quemados vivos, arrojados a un horno de fabricar ladrillos el 4 de noviembre de 2014 en la provincia de Punjab, en Pakistán, dejando tres hijos. Shahab Masih y Shama Bibi murieron silenciosamente, como holocaustos ofrecidos al Dios del Amor. Pero el silencio de las víctimas no justifica la indiferencia culpable ante los miles de cristianos que mueren a diario. No se puede ignorar el grito de dolor del profeta Isaías: «El justo perece, pero nadie presta atención. Los
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