«Decir que el mundo no vale nada, que esta vida no vale nada, y poner como prueba el mal, es absurdo; porque, si esto no vale nada, ¿de qué nos priva entonces el mal?». A lo largo de la historia de la humanidad, Dios nos ha prometido que el mal no tendrá la última palabra. En medio de las tribulaciones de esta intensa lucha necesitamos no estar solos. Sin el auxilio de la gracia somos como niños perdidos: el hombre es una liana que intenta subir hacia el sol, pero tiene necesidad de un árbol sólido. Para la humanidad ese árbol es la Iglesia; y, para la Iglesia, ese árbol en el que enroscarse
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