Si no insertamos claramente el mandato misionero dentro de la Trinidad, se corre el peligro de reducir la misión a diversas actividades de orden social, a obras para el desarrollo económico o el progreso, a un compromiso político en favor de la liberación de los pueblos oprimidos y a una mera lucha contra la exclusión: cosas buenas todas ellas y a veces necesarias, pero distintas de la misión que Jesús confió a sus discípulos. En efecto, ser misionero no significa dar cosas, sino transmitir el fundamento de la vida trinitaria: el amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Ser misionero
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