Según la tradición, Mahoma la rescató de su dueño, Tabit b. Qays, y aquella misma noche, en la tienda de campaña, mantuvo relaciones sexuales con ella. El comportamiento de Mahoma provocó que sus seguidores manifestaran el deseo de poseer también a sus prisioneras, algo que el profeta del islam autorizó. La única condición que puso fue que practicaran el azl, es decir, que no eyacularan en el interior de la vagina para evitar dejarlas embarazadas.

