Mao II (Biblioteca Formentor) (Spanish Edition)

by Don DeLillo

Lo más terrible es que siguen a ese hombre porque les da aquello que buscan. Responde a sus necesidades, les libera de la libre voluntad y de la independencia de criterio. Mira qué felices parecen.

Nos rodean, miles de padres y madres, temerosos de nuestra intensidad. Esto es lo que les asusta. Que realmente creemos. Nos educan para creer, pero cuando les mostramos la verdadera fe corren en busca de psiquiatras y policías. Sabemos quién es Dios. Y ello nos convierte en locos a los ojos del mundo.

Se sienten atenazados por la fuerza de un anhelo. Son conscientes de ello de inmediato, lo sienten, todos ellos juntos, un anhelo antiguo que recorre su sangre terrenal. Esto es lo que el mundo ha ansiado desde que la conciencia humana se corrompiera. El cántico acerca la hora del Fin de los Tiempos. El cántico es el Fin de los Tiempos. Sienten el poder de la voz humana, el poder de una sola palabra repetida que los sumerge cada vez más en la unidad. Cantan por un éxtasis que sacuda el mundo, por la verdad de las profecías y de la maravilla. Cantan por una nueva vida, por la paz eterna, por el fin del dolor espiritual y solitario. Un miembro de la banda golpea un enorme bombo. Cantan por una lengua, por una palabra, por el tiempo en que se hayan perdido los nombres.

El futuro pertenece a las masas.

Cuando en el mundo reina el suficiente desorden, nada parece fuera de lugar.

—El mundo visible es corrupto: aquí tenemos un hombre que oculta su rostro. —Sí —repuso ella. —La gente puede sentirse intrigada por esta figura, pero también experimenta rencor hacia ella, y se burla de ella y quiere mancillarla y observar cómo sus facciones se distorsionan por la sorpresa y el temor cuando el fotógrafo oculto surge de repente de la maleza. En las mezquitas no hay imágenes. En nuestro mundo nos dormimos y devoramos las imágenes y las glorificamos y las llevamos puestas. El escritor que no muestra su rostro no hace sino aislarse en terreno sagrado. Jugar al mismo juego que Dios. —Quizá tan sólo es tímido, Bill.

—Me da miedo hablar con escritores acerca de su obra. Es demasiado fácil decir cualquier estupidez. No deje caer la barbilla. Bien, mucho mejor, me gusta así. Existe un lenguaje secreto que no he conseguido aprender. Paso mucho tiempo con escritores. Me encantan los escritores. Pero este don que usted tiene —este don que tanto me gusta—, me hace sentirme como una intrusa, como alguien incapaz de conversar en un lenguaje privado, en un lenguaje que signifique algo para usted. —El único lenguaje privado que conozco es el de la autoexageración. Creo que he llegado a desarrollar un segundo yo en esta habitación. Es el yo autocomplaciente lo que mantiene activo al escritor. Exagero el dolor de escribir, el dolor de la soledad, del fracaso, de la ira, de la confusión, de la indefensión, del miedo, de la humillación. Cuanto más estrechos son los límites de mi vida, tanto más me exagero a mí mismo. Si el dolor es real, ¿por qué lo exagero? Acaso es el único placer que me es permitido.

Pensaba que sufría al igual que todos los demás. Todos pensaban que eran unos chapuceros y unos desgraciados, y que estaban atormentados, pero ninguno quería hacer nada que no fuera escribir, y todos creían que la única persona que podía encontrarse en peor situación que ellos tenía que ser algún otro escritor, en alguna parte, y cuando uno de ellos mezclaba demasiadas copas de brandy con píldoras de color violeta y oprimía el cañón de un revólver contra la oreja, los demás se sentían a la vez apesadumbrados y comprendidos.

—Le diré qué es lo que no exagero. La duda. Cada minuto de cada día.

Le gustaba superar la sensación del ya hemos terminado. Era importante continuar, combatir la certeza de lo ya seguro y alcanzar el instante furtivo y afortunado.

Lo que resulta obvio es que usted no me sirve. Esa expresión en su rostro, no sé, como un mal actor representando una situación de hastío espiritual. —Soy mal actor. —No para mí, ni para mi cámara. Veo a la persona, no a la idea que quiere asimilar. —Hoy soy todo idea. —Decididamente, no lo veo. —Estoy representando la idea de la muerte.

Todo cuanto nos rodea tiende a canalizar nuestras vidas hacia una realidad final impresa o filmada.

Existe una fuerza totalmente independiente de mi elección consciente. Una fuerza irritable y rencorosa. Quizá se debe a que no quiero sentir lo que sienten otros. Poseo mi propia cosmología del dolor. Déjenme solo con ella. No me miren, no me pidan que les firme ejemplares de mis libros, no me señalen con el dedo por la calle, no se arrastren hasta mí con una grabadora sujeta al cinturón. Sobre todo, no me hagan fotografías. He pagado un precio terrible por este maldito aislamiento. Y ya estoy harto de él.

El puro juego de la invención. Uno se sienta y se mantiene suspendido en una perfecta claridad de invención. No existe separación alguna entre uno mismo y los jugadores y la estancia y el campo. Todo resulta transparente, sin costuras. Y completamente espontáneo. Se trata del juego perdido del yo, sin dudas ni miedos.

—Cuantos más libros publican, más nos debilitamos nosotros. La fuerza secreta que impulsa a la industria es esa compulsión por volver a los escritores inofensivos.

—Al término de cada frase aguarda una verdad, y el escritor sabe reconocerla cuando por fin la alcanza. En un determinado nivel, esa verdad constituye el ritmo de la frase, su cadencia y su equilibrio, pero a un nivel más profundo representa la integridad del escritor enfrentado al lenguaje. Yo siempre me he visto a mí mismo en las frases. A medida que elaboro una frase, comienzo a reconocerme, palabra por palabra. El lenguaje de mis libros me ha modelado como hombre. Una frase que nos sale bien está dotada de fuerza moral. Revela la voluntad de vivir del escritor. Cuanto más profundamente me sumerjo en el proceso de lograr la perfección de las sílabas y el ritmo de una frase, más aprendo de mí mismo. He trabajado mucho y muy duramente en las frases de este libro, pero no lo bastante, dado que no me veo a mí mismo en su lenguaje.

A continuación, golpeó las teclas, y pudo oír un viejo gemido acuoso que surgía de las profundidades de su cuerpo. El modo en que las primeras palabras del día desencadenan una serie de alarmas físicas, un gimoteo, una inquietud, la resistencia que ofrecen los sistemas vivientes enfrentados a un trabajo duro.

Existe el espacio-tiempo épico y flexible del físico teórico, el tiempo independiente de la experiencia humana, la curva pura de la naturaleza, y existe el tiempo maldito del novelista, íntimo, agobiante, rancio y amargo.

Aquellas cartas liberaban algo, acaso una sensación de no estar solo, de que el mundo era un lugar en el que los viajeros del lenguaje podían llegar a saber las mismas cosas.

sentía regocijado, reducido a un aullido sensorial, viendo desfilar ante sí el sordo hedor de lo cotidiano.

—La verdad es que es muy fácil. —No es fácil. Es todo lo que hay de difícil en el mundo, recogido en un pequeño hatillo.

—Ávido de consuelo. Y quiero seguir diciendo cosas ahora, pero fracaso por completo. He olvidado cómo hablar de un modo corriente, a excepción de cuando farfullo en la mesa para que me pasen la sal.

Opino que posee una intensidad que hace que ciertos temas resulten ligeramente peligrosos.

—La novela solía nutrir nuestra búsqueda de significado. Y cito a Bill. Se trataba de la gran trascendencia secular. La misa latina del lenguaje, el carácter, las nuevas verdades ocasionales. Pero nuestra desesperación nos ha conducido hacia algo mayor y más tenebroso, por lo que recurrimos a las noticias y a la constante atmósfera de catástrofe que proporcionan. En ellas encontramos una experiencia emotiva imposible de hallar en otras partes. No precisamos de la novela. Cito a Bill. Ni siquiera precisamos necesariamente de las catástrofes. Tan sólo necesitamos las crónicas, las predicciones y las advertencias.

—Tantos libros como haya publicado su editor. Ésos son los libros que el escritor sigue escribiendo, a los que habría que añadir el que descansa en su máquina de escribir. Los antiguos libros nos persiguen como una maldición.

Brita permaneció inclinada y en silencio, observando los gruesos legajos repletos de palabras, y al pensar en todas las palabras que existían en las páginas almacenadas y archivadas en otros lugares de la casa sintió la necesidad de salir de allí, de echar a correr por aquella oscura carretera y alejarse de aquel trabajo agotador y de las siniestras vidas que anidaban tras él.

Rick que le había metido la mano bajo las bragas cuando tenían diez años, un recuerdo que flotaba entre ambos como el aroma acre de un dedo ensalivado;

Sus ojos mostraban una expresión divertida e indiferente que significaba que existen ciertas cosas que tienen que ocurrir antes de que podamos decidir hasta qué punto son positivas.

A los pocos instantes, comenzó a recrear el viaje en su mente, el deshilachado camino a través de las horas. Resultaba curioso el poder permanecer inmóvil en un rincón y sentir el poder del movimiento, aquel remolino de aire sobre la cabeza. Una memoria sensorial pulsante bajo la piel. El gato se deslizó junto a su mano como un temblor lunar de músculos y pelaje. Pudo oír el sonido de diversas alarmas de automóviles que saltaban sucesivamente, como una información siniestra que nutría su vida. Todo nos nutre, todo nos llega codificado, todo tiene su significado oculto. ¿En qué clase de crisis confió? Sentía que necesitaba sus propios significados ocultos para alcanzar el final de cualquier día corriente. Alargó la mano y cogió al gato, depositándolo sobre su pecho. Intuía que su cuerpo se había vuelto defensivo, que añoraba una seguridad perdida.

Quería preservar su propio cuerpo como un secreto del pasado, intacto por la complejidad y el remordimiento. Sentía un temor supersticioso a hablar con los médicos en detalle. Creía que usurparían su cuerpo, que nombrarían todas las partes dañadas, que pronunciarían todas aquellas palabras espantosas. Permaneció largo rato tendida con los ojos cerrados, intentando deslizarse hacia el sueño.

Me estás introduciendo en una nueva clase de soledad, Brita. Qué agradable resulta pronunciar tu nombre. La soledad que supone la certeza de que nadie habrá de oírme hasta transcurridas algunas horas o algunos días. Aunque me imagino que controlas tus mensajes constantemente. Que te comunicarás con tu máquina desde puntos lejanos. Esa frase (comunicarte con tu máquina) contiene una enorme violencia.

Alcanzo un nuevo amanecer, perezoso y difuso, con la garganta en carne viva, pero los he tenido peores.

La máquina convierte todo en un mensaje, lo que estrecha el ámbito del discurso y destruye la poesía de saber que no hay nadie en casa. El hogar es un concepto fallido. La gente ya no está en casa ni deja de estar. Sencillamente, cogen el teléfono o no lo cogen. Lo cierto es que tampoco me siento violento. Resulta probablemente más fácil hablar contigo de este modo. Pero no te he llamado por eso. Te he llamado para describirte el amanecer.

El tiempo, ese elemento original que está siempre ahí, se había convertido en algo peculiar que rezumaba hasta empapar su fiebre y sus delirios, la cuestión de quién era él. Cuando escupía sangre, observaba el tiempo estremeciéndose en el líquido rosado al deslizarse por el desaguadero.

No había nadie para recordarle quién era.

Karen paseó la mirada por la pantalla, estudiando a ambas. Era una muchacha accesible. Lo absorbía todo, lo creía todo, el dolor, el éxtasis, la comida para perros, los sueños seráficos, la felicidad infantil que descendía desde el aire. Scott la miró y esperó. Llevaba en sí misma el virus del futuro. Palabras de Bill.

un punto onírico, una doble identidad que comparten los lugares célebres y que los hace parecer remotos e inaccesibles a la vez que resultan íntimamente familiares, como experiencias que uno hubiera llevado consigo eternamente.

Una lluvia suave y cálida dibujaba oscuras formas sobre el río, franjas de luz trémula agitadas por el viento.

Tendido sobre la cama, con los ojos abiertos en la oscuridad. Podía oír gemidos intestinales procedentes de su costado izquierdo, allí donde los gases describen una curva cerrada al alcanzar el ángulo del bazo. Sentía la presencia de una masa de flema bamboleándose en su garganta, pero no quería levantarse de la cama para expulsarla, así que decidió tragarse aquella porquería, aquel amasijo resbaladizo y viscoso. Así era la textura de su vida. Si algún día alguien escribe su verdadera biografía, hallará que no es sino una crónica de punzadas causadas por los gases, palpitaciones cardíacas, dientes que rechinan, mareos y alientos disimulados, con detalladas descripciones de Bill abandonando su mesa para dirigirse al cuarto de baño a escupir mucosidades, y veremos fotografías de coágulos elipsoides formados por células, agua, lodos orgánicos, sales minerales y manchas de nicotina. O descripciones igualmente largas y detalladas de Bill quedándose donde está y tragándoselo todo.

«Las historias carecen de sentido si no logran absorber nuestro terror».

Bill se había dejado fotografiar no porque quisiera abandonar su retiro, sino porque quería ocultarse aún más profundamente, quería revisar las características de su aislamiento, necesitaba esa crisis de exhibición para que le proporcionara un poderoso motivo que le permitiera intensificar su desaparición.

Scott pensó que la fotografía acaso le hiciera parecer más viejo. No en la propia imagen, sino en sí mismo, frente al hecho de la fotografía. Su imagen representaría un medio de transformación. Le mostraría el aspecto que ofrecía frente al mundo y le proporcionaría un punto de partida fijo. Las imágenes de nuestras facciones nos obligan a elegir. Viajamos hacia el interior o hacia el exterior de nuestras fotografías.

Solía decirle, Si la gente supiera las cosas que pienso me encerrarían permanentemente. Nos encerrarían a todos, respondía él. Nos han encerrado ya. De un modo u otro, nos han encerrado a causa de nuestros pensamientos. Nos hemos encerrado a nosotros mismos, decía

Supervivencia significa que aprendes a estrechar el espacio que ocupas por miedo a despertar intereses antagonistas, y significa también que ocultas tus pertenencias en el interior de otras cosas de tal modo que parezca que posees un único objeto cuando en realidad se trata de muchas cosas amontonadas y atadas y colocadas una dentro de otra, un universo secreto de cosas, insusurrable, bolsas de plástico en el interior de otras bolsas de plástico, incluida la propia mujer, que también se encuentra allí dentro, empaquetada junto con sus posesiones.

En la calle, pudo experimentar un aura de premonición, una sensación de que ella misma brillaba, de que los automóviles y la gente brillaban, un estremecimiento eléctrico a lo largo del brazo y, por fin, la certeza completa del dolor, el dolor que la rodeaba por completo, vertiéndose desde las neuronas, un recorrido cerebral tan profundo que amenazaba con rasgarle la piel. Durante unos segundos, acaso medio minuto, no pudo ver, o tan sólo pudo ver un resplandor, una sombra blanca e intensa, y permaneció aturdida donde estaba, esperando que reapareciera la calle para poder salir del resplandor y regresar a las superficies y a los objetos y a los nombres con que los denominamos.

—Hace ya algún tiempo que tengo la sensación de que tanto novelistas como terroristas se encuentran inmersos en un juego de habilidad. —Interesante. ¿En qué sentido? —Lo que ganan los últimos, lo pierden los primeros. El grado de influencia que logran sobre la conciencia de las masas depende de nuestra decadencia como modeladores del pensamiento y la sensibilidad. El peligro que representan equivale a nuestro propio fracaso a la hora de resultar peligrosos. —Y cuanto más claramente vemos el terror, tanto menor impacto nos produce el arte. —Creo que se establece una relación íntima y precisa dentro de las limitaciones con que tales cosas pueden medirse.

En estas sociedades reducidas a la indiferencia y la opulencia, el terror constituye el único acto que aún conserva sentido. Hay demasiado de todo; hay más cosas, más mensajes y más significados de los que podemos asimilar en diez mil vidas. Inercia-histeria. ¿Es posible la historia? ¿Hay alguien serio? ¿A quién tomamos en serio? Tan sólo al creyente mortífero, a la persona que mata y muere por su fe. Todo lo demás resulta absorbido. El artista ha sido absorbido, el loco callejero se halla absorbido, procesado y asimilado. Dale un dólar, contrátale para un anuncio de televisión. Sólo el terrorista se mantiene aparte. Nuestra cultura aún no ha resuelto el modo de asimilarle. Pero ahí radica precisamente el lenguaje de hacerse notar, el único lenguaje que comprende occidente. El modo en que determinan cómo hemos de verlos. El modo en que controlan esa multitud interminable de imágenes sucesivas. Lo dije en Londres, Bill. Es el novelista quien comprende la vida secreta, la ira que subyace bajo la oscuridad y la negligencia. La mayor parte de vosotros sois medio asesinos.

—Incluso si lograra comprender la necesidad de una autoridad total, mi trabajo me apartaría de ella. La experiencia de mi propia conciencia me dice que la autocracia fracasa, que el control total destroza nuestro espíritu, que mis personajes se resisten a mis esfuerzos por dominarlos por completo, que preciso de una controversia interior, de una autodiscusión, que el mundo me aplasta tan pronto como pienso que he llegado a poseerlo.

Sabes por qué creo en la novela? Es como un grito democrático. Cualquiera puede escribir una gran novela, su gran novela, casi cualquier aficionado escogido al azar. Estoy convencido de ello, George. Cualquier hormiguita anónima, cualquier osado que apenas ha llegado a acariciar sus sueños puede sentarse a la máquina y reunir la voz y la suerte suficientes como para lograrlo. Algo tan angelical que te dejaría con la boca abierta. El manantial del talento, la fuente de las ideas. Cada cosa distinta de la anterior, cada voz diferente de la siguiente. Ambigüedades, contradicciones, susurros, sugerencias. Eso es lo que buscáis destruir.

Quizá le seducía la idea de señalar. Uno podía llegar a depender del gesto como de una especie de soledad autoimpuesta que nos ayuda a intensificar nuestro rigor moral. Y se encontraba cercano a un punto en que deseaba eliminar todo aquello que ya no importaba, todo lo que aún importaba, tanto el exceso como la necesidad... ¿por qué no empezar por la palabra?