El universo humano –empezaba a darse cuenta– era decepcionante, lleno de angustia y de amargura. Las ecuaciones matemáticas le daban una íntima y serena alegría. Avanzaba en penumbra, y de pronto encontraba una salida. Con unas cuantas fórmulas, con unas cuantas factorizaciones audaces, se elevaba a un nivel de luminosa serenidad.