Había tenido una infancia penosa, una adolescencia atroz; a los cuarenta y dos años todavía estaba, objetivamente, lejos de la muerte. ¿Qué le quedaba por vivir? Quizá algunas mamadas por las cuales, bien lo sabía, pagaría cada vez con más facilidad. Una vida volcada hacia una meta deja poco sitio para el recuerdo. A medida que sus erecciones se volvían más difíciles y cortas, Bruno se dejaba vencer por un triste alivio. La meta principal de su vida había sido sexual; ya no podía cambiarla, lo sabía. En esto, Bruno era un buen representante de su época.