Michel se acordó de las palabras del pastor, que resonaban con frialdad en la fría sala: hablaba de Cristo, Dios y hombre verdadero, de la nueva alianza del Eterno y su pueblo; en fin, le costaba entender de qué hablaba en realidad. Al cabo de tres cuartos de hora, se sentía muy cerca de la somnolencia; despertó bruscamente al oír esta fórmula: «Que el Dios de Israel, que se compadeció de dos niños solos, os bendiga.» Al principio le costó comprenderlo: ¿es que eran judíos? Le hizo falta todo un minuto para darse cuenta de que en realidad se trataba del mismo Dios.

