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Kindle Notes & Highlights
¿Encontraremos viajeras tan rubias y livianas en nuestro amable crucero? —Dudoso —dijo López—. Las mujeres más lindas viajan siempre en otro barco, es fatal.
mío… —Nunca he dudado de su Kama
grupo de chicas salía con la habitual confusión,
Nora se acordó del hotel de Belgrano, de la primera noche con Lucio, pero no era acordarse, más bien olvidarse un poco menos.
los hielos de tiempo que separan una mirada de varón de una sonrisa vestida de rouge, la incalculable lejanía de los destinos que de pronto se vuelven gavilla en una cita, la mezcla casi pavorosa de seres solos que se encuentran de pronto viniendo desde taxis y estaciones y amantes y bufetes, que son ya un solo cuerpo que aún no se reconoce, no sabe que es el extraño pretexto de una confusa saga que quizá en vano se cuente o no se cuente.
Sabés, ciertas cosas hay que mirarlas con los ojos desnudos.
En el acongojado grupo del Pelusa se opinaba que las despedidas son siempre dolorosas porque unos se van pero otros se quedan, pero que mientras hubiera salud, a lo que se hacía observar que los viajes son siempre la misma cosa, la alegría de unos y la pena de los demás, porque están los que se van pero hay que pensar también en los que se quedan. El mundo está mal organizado, siempre es igual, para unos todo y para otros nada.
los ruidos de a bordo empezaban a situarse poco a poco en la zona sin sorpresas de la memoria.
Medrano tenía razón: ¿para qué preguntar? Si todo se acababa de golpe lamentaría no haber aprovechado mejor esas horas absurdas y felices.
Furtivo, un poco temeroso pero excitado e incontenible, exactamente a medianoche y en la oscuridad de la proa se instala Persio pronto a velar. El hermoso cielo austral lo atrae por momentos, alza la calva cabeza y mira los racimos resplandecientes, pero también quiere Persio establecer y ahincar un contacto con la nave que lo lleva, y para eso ha esperado el sueño que iguala a los hombres, se ha impuesto la vigilia celosa que ha de comunicarlo con la sustancia fluida de la noche.
Confía Persio en algo como un genio desembotellado que lo oriente en el ovillo de los hechos, y semejante a la proa del Malcolm que corta en dos el río y la noche y el tiempo, avanza tranquilo en su meditación que desecha lo trivial
(y hablar a los dieciséis años era mentir)
Él explicaba ahora que sí le gustaba leer, pero que los estudios… ¿Cómo? ¿No se lee cuando se estudia? Sí, claro que se lee, pero solamente los libros de texto o los apuntes. No lo que se llama un libro, como una novela de Somerset Maughan o de Erico Verissimo.
Qué más misterio que un presente sin nada de presente, futuro absoluto. Algo perdido de antemano
porque la suma de dos debilidades puede ser una fuerza atroz y desencadenar catástrofes.
—Dependerá un poco de los dos. Por el momento soy más bien optimista, pero qué sabemos lo que nos traerá el mañana,
En cierto modo la lectura era una manera de apartarse por un rato de la novedad que lo rodeaba, reingresar en el orden de su departamento de Buenos Aires, donde había empezado a leer el libro. Sí, como una casa que se lleva consigo,
Fui demasiado feliz de chico, me temo; es un mal comienzo para la vida,
No huyo del recuerdo, pero tampoco lo cultivo;
—Sí, gentes como nosotros se plantean casi siempre la dicha en esos términos. El matrimonio sin esclavitud, por ejemplo, o el amor libre sin envilecimiento, o un empleo que no impida leer a Chestov, o un hijo que no nos convierta en domésticos. Probablemente el planteo es mezquino y falso desde un comienzo. Basta leer cualquiera de las Palabras… Pero quedamos en que no saldríamos de nuestro ámbito. Fair play ante todo.
No le gusta sentirse responsable? —Creo que no, quizá tengo una idea demasiado alta de la responsabilidad. Tan elevada que le huyo. Una novia, una muchacha seducida… Todo se convierte en puro futuro, de golpe hay que ponerse a vivir para y por el futuro.
No que sea un ateo, pero eso sí, religioso no soy.
Se conocían ya tanto mejor que pocas horas atrás.
—No, nuevas impaciencias. Me está sucediendo algo bastante siniestro, Raulito, y es que cuanto mejor es el libro que leo, más me repugna. Quiero decir que su excelencia literaria me repugna, o sea que me repugna la literatura. —Eso se arregla dejando de leer. —No. Porque aquí y allá doy con algún libro que no se puede calificar de gran literatura, y que sin embargo no me da asco. Empiezo a sospechar por qué: porque el autor ha renunciado a los efectos, a la belleza formal, sin por eso incurrir en el periodismo o la monografía disecada. Es difícil explicarlo, yo misma no lo veo nada claro. Creo
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Cerró los ojos para ver mejor la imagen que quería ver.
¿y cómo hemos amanecido hoy? —Más o menos bien —dijo López, pensando todavía en los sueños que le habían dejado un gusto amargo en la boca—. ¿Y usted? —Ping-pong —dijo Paula. —¿Ping-pong? —Sí. Yo le pregunto cómo está, usted me contesta y luego me pregunta cómo estoy. Yo le contesto: Muy bien, Jamaica John, muy bien a pesar de todo. El ping-pong social, siempre deliciosamente idiota como los bises en los conciertos, las tarjetas de felicitación y unos tres millones de cosas más. La deliciosa vaselina que mantiene tan bien lubricadas las ruedas de las máquinas del mundo, como decía Spinoza.
—Ya está —dijo Raúl, que había aprendido la expresión en Chile y le recordaba algunos días de montaña y de felicidad—.
Los verdaderos inventores del pasado eran los hombres;

