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No sé quién dijo que, gane quien gane las guerras, las pierden siempre los poetas;
instrucción militar en el santuario del Collell, enviados como miembros de la Brigada Garibaldi
Dice Andrés Trapiello que, como tantos escritores falangistas, Sánchez Mazas ganó la guerra y perdió la historia de la literatura.
pero también es cierto que, al ganar la guerra, quizá Sánchez Mazas se perdió a sí mismo como escritor: romántico al fin, acaso íntimamente juzgaba que toda victoria está contaminada de indignidad, y lo primero que advirtió en secreto al llegar al paraíso —aunque fuera aquel ilusorio paraíso burgués de ocio, cretona y pantuflas que, como un remedo menesteroso de los viejos privilegios, jerarquías y seguridades, se construyó en sus últimos años— fue que allí se podía vivir, pero no escribir, porque la escritura y la plenitud son incompatibles.
un escritor no escribe nunca acerca de lo que conoce, sino precisamente de lo que ignora.
Uno de mis primeros entrevistados fue Roberto Bolaño. Bolaño, que era escritor y chileno, vivía desde hacía mucho tiempo en Blanes, un pueblo costero situado en la frontera entre Barcelona y Gerona, tenía cuarenta y siete años, un buen número de libros a sus espaldas y ese aire inconfundible de buhonero hippie que aqueja a tantos latinoamericanos de su generación exiliados en Europa.
¿Y qué es un héroe?
—No lo sé —dijo—. Alguien que se cree un héroe y acierta.
Bolaño y yo nos pasamos el resto de la mañana conversando acerca de sus libros, de los autores que le gustaban —que eran muchos— y de los que detestaba —que todavía eran más—.
descubierto que no tengo imaginación. —Para escribir novelas no hace falta imaginación —dijo Bolaño—. Sólo memoria. Las novelas se escriben combinando recuerdos.
. Un hombre de acción es un escritor frustrado.
—¡A buena hora cagó Lucas! —¿Lucas? ¿Quién es Lucas? —Nadie —dijo—. Un amigo. Cagó después de muerto y se murió por no cagar.