En realidad somos como un personaje de Baroja: “Aprendiz de todo, maestro de nada”. Pero nuestra virtud está en el dominio de cierta artesanía, la misma que nos ayuda a escribir de forma tan trepidante que hasta un catedrático de Filosofía o de Física se deleitará con nosotros y asentirá con satisfacción cuando lea las palabras que hemos escogido para explicar lo más complejo.

