El inspector Pérez llegó aquella mañana a las nueve, colgó la americana y puso la cafetera a funcionar. Un día como todos si no hubiera recibido una llamada de teléfono: fue exactamente a las nueve y diez de la mañana y sonó así: “Hay una bomba en el centro comercial que estallará a las diez de la mañana”. Aquellos fueron los peores cincuenta minutos de su vida.

