en nuestras escuelas los profesores hablan y hablan, y si alguien les contradice, le toman manía. Encima, los alumnos españoles tienen muy desarrollado el sentido del ridículo, de modo que hablar en público es como exponerse al desnudo, a las críticas de los demás. No soportamos la humillación de meter la pata, y para evitar situaciones embarazosas preferimos sentarnos en las últimas filas, reírnos de los demás y cuidar que no se fijen en nosotros.

