En esa era de maravillas, las posibilidades se antojaban infinitas: el modernísimo ferrocarril acortaba las distancias y movía productos y gente en grandes cantidades. Los barcos de vapor permitían cruzar el Atlántico hacia Europa en unas cuantas semanas. El telégrafo le permitía a una persona enterarse a gran distancia y el mismo día sobre el nacimiento o la defunción de un familiar, o concretar con rapidez algún negocio que antes habría tardado meses en llevarse a cabo. El alumbrado eléctrico había abierto una gama entera de actividades nocturnas, y el teléfono, aunque todavía sin ser de uso
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