Me acordaba del primer aeroplano que había visto volar en mi vida y de mi entusiasmo, como un chiquillo que era entonces. Primero, había sido la larga caminata, hirviendo en excitación, hasta los llanos de Getafe, para esperar la llegada de Vedrines, el primer hombre que voló de París a Madrid. Después, las tres tardes en que me escapé a través de los campos hasta el velódromo de Ciudad Lineal, hasta que en la última el tiempo, quieto y lleno de sol, permitió a Domenjoz

