Pequeños copos algodonosos surgían acá y allá con un fogonazo que evocaba el magnesio de un fotógrafo. Los disparos de fusil se confundían en un ruido continuo lleno de chasquidos, que aumentaba rápidamente. El Tercio, en el centro, conducía el asalto contra la cima, donde en medio de un llano de roca pelada se encontraba la kábila rodeada de un parapeto de piedra. Las granadas volvían a caer en el recinto. Las ametralladoras sonaban como innumerables motocicletas acelerando en caminos lejanos.




