Se limpió la calva brillante con un pañuelo de seda, paseó su lengua púrpura y puntiaguda por sus labios y dijo lentamente: —Esta noche, el Gobierno se traslada a Valencia. Mañana Franco entrará en Madrid. —Hizo una pausa—. Lo siento, amiguito, no se puede hacer nada. ¡Madrid se rendirá mañana!   Pero Madrid no se rindió el 7 de noviembre de 1936.




