La oficina olía a papel apolillado y a insectos. Porque existe un olor de insectos; es dulzón y se agarra a la nariz y a la garganta, impregnado del polvillo fino siempre flotante. Si sacáis de su sitio un legajo de viejos papeles o un libro ya roído de gusanos, se eleva una nube levísima de polvo, y el olor es tan violento que ni aun el escribiente más viejo puede evitar un estornudo.




