Era agradable descansar con la cabeza sobre los muslos de María y relajarse como un animal satisfecho, la vista perdida hacia arriba a las copas de los pinos, a los jirones de cielo azul que se veían a través de sus ramas. María comenzó a jugar con mis pelos revueltos y a hacerme cosquillas en el cuello. Del fondo de mi cansancio y somnolencia surgió una ola rápida de deseo. El olor de resina se adhería a la piel.

