—¡Por Dios, don Federico!, ¿se ha vuelto usted nazi? —No. Pero admiro a los alemanes. Es una maravilla lo que ese hombre, Hitler, ha realizado. Un hombre así es lo que nos hace falta en España. Pero no era ni un fanático político ni un fanático religioso. Creía en la misión divina del líder como cabeza de la familia nacional, un concepto muy católico y muy español. Creía también en la sumisión de los siervos: «Aun si el jefe se equivoca, ¿qué pasaría a un ejército si los soldados comenzaran a discutir?». —Si los soldados comenzaran a discutir, podría pasar que no tuviéramos guerras, don
  
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