Palomaleca

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A la caída de la tarde llegamos a la pequeña posada de Altea, puesta al lado de la carretera, con un portal amplio oliendo a limpio, grandes aparadores y armarios lustrosos de cera, sillas de paja trenzada y brisa fresca del mar libre a su espalda. Nuestra alcoba, chiquitita, estaba abierta a él y llena de su olor, mezclado con el olor del jardín y el de la tierra recién regada; pero fuera no se veía más que una neblina oscura, agua y aire juntos, un cielo negro espolvoreado de estrellas puesto encima, y una hilera de luces balanceándose suavemente en la oscuridad azul. Los hombres de Altea ...more
La forja de un rebelde
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