El azar ciego nos recogía de lo que él mismo había provocado. Así llegamos a La Junquera cinco minutos antes de medianoche, después de un viaje entre dos hileras apretadas de árboles surgiendo de la oscuridad bajo el cono de luz de los faros, y a través de pueblos dormidos, donde a veces los escombros de las casas demolidas por las bombas llenaban la carretera. Era verdad que estaba abandonando mi país.




