Palomaleca

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Le conté cosas de mi infancia y de mi madre: la delicia con que enterraba mi cabeza entre sus muslos y sentía sus dedos ligeros acariciar mis cabellos. Aquello sí era yo. Pertenecía a mi mundo junto con la sonrisa de Ilsa, con las conchas pequeñitas que estaba ella desenterrando de la arena blancas como leche, tostadas como pan de campesinos, rosa agudo como pezones de mujer, suaves y pulidas como escudos, rizadas y abiertas en abanicos perfectos.
La forja de un rebelde
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