Me escucha, pero no me comprende. Hace esfuerzos para seguir mis razonamientos y yo casi me enfado de que no comprenda cosas tan sencillas. Me suelta la mano y lleva la suya a mi hombro, acariciándome el cuello: —Es inútil. Contra esto no podemos nada, ni tú ni yo. Lo que no se aprende de muchacho, no se aprende de machucho. Parece como si los sesos se endurecieran.

