—El Gobierno tiene la situación en sus manos. Era un efecto extraño el oír la frase proclamada en un coro desafinado a lo largo de la calle y a diferentes alturas. No había dos voces que fueran la misma y que hablaran al unísono. Llegaban al oído entrechocándose y repitiéndose unas a otras. Un altavoz en un piso cuarto, allá al fondo de la calle, se quedó solo y último, gritando en silencio la palabra «manos».

