Parecía un viejo empleado de confianza de uno de esos notarios a la antigua de provincias, que viven en casas centenarias, ya un poco ruinosas, y tienen un despacho sombrío y polvoriento, donde los legajos se amontonan en cada rincón atados con balduque rojo descolorido y donde una tribu de ratas crece y se multiplica feliz y respetable, sometida a una dieta de papeles amarillentos y de migajas de pan y queso.




