No había entonces grandes bombardeos aéreos sobre Madrid, sólo como un recuerdo constante unas cuantas bombas lanzadas en los barrios obreros de las afueras. El bombardeo de cañón seguía sin descanso. La mayoría de nosotros cruzábamos la Gran Vía corriendo inmediatamente después de estallar una granada; y nunca he olvidado mis furias con Ilsa por su tranquilidad en cruzar a paso normal mientras yo esperaba por ella a la puerta del bar, contando los segundos antes de que estallara el obús siguiente.




